sábado, 26 de junho de 2010

Las raíces histórico-sociales y culturales en la formación del terapeuta comunitario y en el ejercicio de su práctica

El conocimiento vivencial, no sólo intelectual o informativo, de las matrices valorativas y de los procesos histórico-sociales de los pueblos latinoamericanos, es imprescindible para el autoconocimiento del terapeuta comunitario, tanto como para su ejercicio profesional. Esto es obvio, si se tiene en cuenta que en el proceso formativo, el terapeuta fue llevado a un intenso sumergirse en sí mismo, y allí, encontró sus padres, sus abuelos, sus orígenes, el lugar donde nació, sus experiencias de niño, reconstruyó su vida paso a paso, en un reencuentro fecundo con las experiencias que lo moldearon en las diferentes etapas de su vida.

Entonces se reconoció como parte de un pueblo, con sus luchas, sus avatares, los sueños, esperanzas, dolores y alegrías de ser latinoamericano, del modo como puede serlo quien nació y vivió en estas tierras marcadas por la colonización española y el mestizaje con las culturas indígenas, los neocolonialismos, el imperialismo, las dictaduras, los movimientos de liberación nacional, el socialismo, el bolivarianismo, el marxismo, las distintas ideologías nacionales y locales, en la conformación del mosaico de identidades que forman el rostro plural de nuestra América Latina.

Ser latinoamericano en Argentina, en Uruguay, en Chile o en Venezuela, como en los otros países que forman nuestra América, supone desafíos que todos, de un modo o de otro, llevamos marcados en la mente y en el corazón. Si el terapeuta comunitario es, como dice Adalberto Barreto, un políglota en su propia cultura, sabemos que esto significa, para cada uno de nosotros, un arduo camino de honestidad consigo mismo, para reconocer, en la vida y en el caminar de cada uno, errores y aciertos, en ese permanente aprender que es la vida.

Conocer las hablas del pueblo, sus formas de expresión, sus refranes, sus valores, sus creencias, sus vicios y defectos, sus alegrías y esperanzas, es transformarse uno mismo, en espejo y reflejo de una realidad de que somos parte indisociable. Es reconocerse en el habla, en la cara, en la voz, en las voces, en los acentos, en las tonadas, en las risas, en los llantos, en las oraciones y meditaciones, en las reflexiones, en el luto en la paz y en el silencio del otro, de los otros, que ya no son tan otros, sino más bien nosotros.

Quien tiene hoy alrededor de cincuenta años en nuestra región, ha pasado por tiempos comunes, que es necesario mapear. Recordar individual y colectivamente las canciones, los hechos, los dichos, las caras, los sueños, las esperanzas y las pesadillas sucedidas en las tierras de cada uno, año a año, o por décadas. Es impresionante la memoria que se recupera en estos ejercicios. Tengo certeza de que ya lo han hecho. Y tendremos que hacerlo, lo seguiremos haciendo siempre. Es un ejercicio infinito, incesante. O te alienas, o recuerdas. Si no te acuerdas, te desconectas, dejas de existir en el presente, te transformas en una abstracción. Y ninguno de nosotros es un hombre o una mujer genéricos, como dice José Comblin.

Todos somos alguien con una identidad, una memoria, unos valores, individuales y al mismo tiempo sociales, en parte compartidos y en parte únicos, como dice Ralph Linton en Estudio del hombre (Study of man). Otro antropólogo, Martin Buber (Yo y tu), así como Peter Berger, Karl Marx, Jesús Cristo, nos colocan frente a la evidencia de que sin ti no soy nada. Y esto no es una declaración de amor, sino un hecho. Me construyo en relación, y también, puedo destruírme en malas relaciones. Esto es lo que la terapia comunitaria define como el principio sanador de esta dinámica de vida que consiste en vivir en red. Sano al sanar contigo. Como no me enfermo sólo, tampoco me sano solo. Y juntos nos sanamos, o mejor, prevenimos el sufrimiento emocional, el aislamiento, el anonimato, la pérdida de identidad, la soledad, la alienación.

Identidad, memoria, historia, valores, raíces, pertenencia. De esto trata la Antropología cultural, como una de las bases o pilares de la Terapia Comunitaria.
El terapeuta comunitario es un hombre o una mujer de su tiempo. Conoce las raíces de su pueblo por conocerlas en sí mismo, y por vivir en red, se incorpora al proceso constante de la vida que, en relación conflictiva, progresa constantemente hacia ideales más elevados de justicia, fraternidad, solidaridad, cooperación, y realización plena de cada uno, en medio y con respeto a las diferencias.

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