domingo, 20 de junho de 2010

La comunidad como eje de la prevención: un relato de experiencia, por Rolando Lazarte

En cuatro años de acompañar la experiencia de la terapia comunitaria (en Brasil, México, Montevideo), me veo en el difícil transe de tratar de aclarar, para mí mismo y mis lectores, las cosas que aprendí en ese caminar. Significativamente, el trabajo comenzó en 2004, en la unidad de salud de familia del barrio de los ambulantes, en Mangabeira.

En una sala de la Asociación de Moradores, profesoras de la Universidade Federal da Paraíba, Depto. de Enfermería, y agentes de salud del barrio, se reunieron con moradores del mismo, una tarde de sol. En una pizarra escrito: juntos podemos vencer todos los problemas. Nada podría resumir mejor lo visto y lo vivido en estos cuatro años de acompañar la terapia comunitaria desde su llegada a João Pessoa a sus caminos en México, Montevideo, Ceará (Ocas do Índio, 2008).

De inicio como usuario, en tratamiento contra la depresión, ensayando caminos de reencuentro conmigo y con la vida, posteriormente como coadyuvante en los trabajos al lado de mi compañera María y la hermana Ana, Djair, Ana María, las alumnas del programa de posgrado en enfermería de la UFPB, Rosario (hoy presidenta de la Asociación de Moradores), Ailda, Socorro, Vania, Cida, Denise, Dona Terezinha, Seu João.

Hoy como terapeuta comunitario y sociólogo, puedo contar las cosas como las vi y las viví, como las sigo viendo y viviendo. Un camino de prevención del sufrimiento mental y emocional (que para mí son distintos, si bien que asociados), de ruptura del anonimato y el aislamiento, recomposición de la identidad personal, cultural y social, recuperación de la historia y la memoria, revalorización de sí mismo, su cultura y su encaje en el tiempo presente con proyección al futuro, la terapia comunitaria es eso y mucho más.

La primera vez que participé, conté de mi sufrimiento como sobreviviente de la dictadura que asoló Argentina entre 1976 y 1983, las secuelas del horror, el miedo, la paranoia, el insomnio, la pérdida de referencias, la disminución del valor de sí, la quiebra de la percepción del mundo y de la propia persona, que lo que la saña del terror de estado nos impusiera como pesada carga, venía minándome por dentro y en mi relación con el mundo. Vivía esperando el auto que vendría a buscarme, a acabar conmigo y mi familia, en el silencio de la noche. Armas me apuntaban desde la casa vecina.

Un jardinero era un asesino pronto para entrar a la casa y acabar con todos. Un señor que pedía conducción, un posible asesino. Además de 30.000 muertos secuestrados y desaparecidos, la dictadura de la antipatria dejó millones de deshabitados internos. Gente sin sí. Perdidos en el espacio y en el tiempo.

De esa herida brotarían flores. O, para decirlo con las palabras de Adalberto Barreto, el fundador de la Terapia Comunitaria, de esa herida nacería una perla. Aún recuerdo las palabras de Rosario: eso ya pasó. Hizo un gesto como de dar vuelta la página. Mis hijos lejos, en Argentina, yo divorciado, deprimido, con paranoia. Con los bailes, los abrazos, el cariño y las palabras de amor, las oraciones, las comidas de esa gente pobre y noble, empecé a volver.

Ver profesionales de la salud, universitarios como yo lo fuera (estaba jubilado entonces, con la sensación de no ser nada y nada valer), venciendo donde yo sentía haber fracasado, tratando a la gente como gente y no como cosa, haciéndoles sentir su valor, me daba coraje. Yo también podía. Empecé a frecuentar las reuniones en otros lugares. de pronto era México DF, de repente Montevideo. La semana pasada Ocas do Índio (Beberibe, Morro Branco, Ceará). Todo trae memoria de reencuentro, de recuperación de sí de una humanidad que insiste en traerse de vuelta, en dar la vuelta por cima.

La semana pasada los terapeutas de João Pessoa se reunieron en la Estación Ciencia, cerca del farol de Cabo Branco, en la Ponta do Seixas, y hubo unos cantos y bailes, y varias declaraciones de participantes de la terapia comunitaria en el Muncipio. Una señora con un niño en brazos dijo haber redescubierto su vida interior. Otra, que perdiera el marido por una bala perdida, postrada durante seis meses en un sofá sin salir de casa, reencontrar las ganas de vivir. Un niño que iba mal en la escuela y era testarudo, dijo ahora estar yendo bien gracias a la terapia. Otro grupo de jóvenes pasó adelante en el auditorio y declaró entre risas y timideces, lo aprendido en las ruedas de terapia.

La secretaria de salud del municipio y el intendente, enfatizaron, al final, cuánto se ahorraría en remedios ineficaces y horas de vida perdidas, si de hecho la terapia comunitaria se expandiera en los servicios de salud de la ciudad, en la atención básica del programa de salud de la familia.

En las distintas vivencias locales e internacionales, en los testimonios vividos por mí mismo y por personas y grupos de edades diversas y condiciones sociales también variadas, puedo decir que este trabajo colectivo de promoción de la persona humana y ejercicio de la ciudadanía, esta forma de autogestión de los afectos y la sociabilidad, es el mejor antídoto contra la depresión, la despersonalización y el abandono de sí.

Vi personas abandonar el alcoholismo. Gente dejando de sufrir por la violencia familiar. Unos ayudando a los otros con informaciones sobre empleo. Personas abrazándose y cantando oyendo su nombre pronunciado por otros que le esperan con cariño en reuniones semanales o quincenales. Alumnos saliendo de la esquizofrenia profesional, profesores saliendo del autismo universitario, gente dejando la alienación teoricista y tecnicista.

De inicio, confieso que pensaba ser una estrategia de la clase media culposa para redimirse con obras de caridad. No había nada de eso. Había, hay, cada vez más habrá en Brasil, gente dándose las manos para salir juntos de las trampas que el capitalisimo, ese sistema sin alma, tiende a los vivientes. Gente como cosas se descubre gente en las vivencias de centramiento. Gente sin nombre descubre la leyenda y el mensaje escondido en su nombre. Víctimas se descubren vencedores.

Después de haber transitado durante veinte años por consultorios psicológicos de distintas orientaciones, tratamiento medicamentoso de la depresión, siento haber llegado al lugar cierto. Como sociólogo, como padre de familia, como hombre de este tiempo, heredero de tradiciones diversas apuntando a la humanización y a la esperanza, a la fraternidad y a la divinización de la vida, siento estar haciendo lo que tengo que hacer.

Soy parte de una trama infinita, una corriente de solidaridad y de amor, paz y justicia. Es la corriente de la vida. Es la tela de la propia vida. Pudimos sentirnos derrotados por los golpes que asestó a nuestra vida el ingenio del odio. La tecnología del amor es mayor. Cuanto mayor el dolor, mayor la alegría. Ese es el mensaje de la terapia comunitaria, en mi experiencia.
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http://consciencianet.blogspot.com/2008/11/la-comunidad-como-eje-de-la-prevencion.html

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